A veces, los primeros espacios que habitamos quedan impresos en nosotros de una manera que solo podemos entender con el tiempo. Algo de lo que nos rodea en nuestra infancia, un color, un objeto, una sensación, se instala en lo más profundo y nos acompaña en todo lo que hacemos. Así es como Rosa Benedit, diseñadora de interiores, entiende los espacios. Cada lugar tiene una historia, cada rincón habla, y su trabajo consiste en ayudarnos a escuchar lo que esos lugares quieren decir.
Su piso en San Telmo, oda al sol y las combinaciones.
Nos encontramos en un departamento con más de un siglo de vida, en pleno corazón de San Telmo. Cada rincón tiene carácter propio, con detalles que revelan el paso del tiempo. El diseño de Rosa Benedit se refleja en cada espacio, con combinaciones que a simple vista no imaginarías, pero que, de alguna manera, funcionan perfecto. Con su sensibilidad artística y un ojo preciso para los detalles, Rosa transforma cada lugar en algo que va mucho más allá de lo estético. "No puedo disociar el diseño de las personas que van a vivir en ese lugar", comenta, mientras nos adentramos en su universo, donde su manera de observar, tan calma y profunda, te hace imposible apartar la mirada de sus ojos.
Rosa comenzó nuestra charla mencionando uno de sus primeros recuerdos, el de una pequeña virgencita de Luján que tenía en la casa de sus abuelos. Esa virgencita fosforescente, que brillaba en la oscuridad, fue su primer vínculo con el espacio. “Creo que es el primer recuerdo de mi vida, un pequeño objeto decorativo que me fascinaba, esa virgencita que brillaba”, cuenta Rosa con una sonrisa. Y así, casi sin saberlo, comenzó su relación con los espacios y su capacidad para recordar lo que realmente los hace especiales: los pequeños detalles.
La casa de sus abuelos, donde vivieron cuando ella era muy chica, dejó una huella en su memoria, pero fue la casa de su infancia, en San Telmo, la que definió su relación con el habitar. Su padre, Luis Benedit; arquitecto, reformó un viejo departamento tipo chorizo en Ingeniero Huergo y San Juan, y fue allí donde Rosa comenzó a crear su propio universo. “El living estaba todo pintado de amarillo taxi, esmalte sintético brillante, con unos sillones azul eléctrico. Todo muy loco, muy años 70”, recuerda. Ese espacio ecléctico, lleno de colores vibrantes y texturas, es un reflejo de lo que sería más tarde su propio estilo como diseñadora.
La habitación que compartía con su hermana era un homenaje a "La familia Ingalls", un espacio rústico lleno de madera y colchas de patchwork que su madre les había hecho a mano. “Era todo de machimbre porque nos gustaba la familia Ingalls, teníamos un entrepiso, y mamá nos había hecho unas colchas como las de la serie. Fue una casa llena de detalles, una casa de infancia pura”, dice Rosa. Estos primeros espacios, cargados de vida y creatividad, fueron el terreno fértil donde comenzó a crecer su sensibilidad por el diseño y el color.
A medida que la conversación avanza, se hace evidente que para Rosa los colores no son solo una cuestión estética, sino algo mucho más profundo, un lenguaje. “El color siempre estuvo presente en mi vida”, dice. Su padre, además de arquitecto, era artista, y trabajaba mucho con el color. “No todos los arquitectos se animan a usar color, pero mi papá sí. Eso quedó en mí”.
Color, texturas y ambientes eclécticos.
Hoy, como diseñadora de interiores, el color sigue siendo uno de los ejes centrales de su trabajo, aunque admite que no siempre lo aplica de manera consciente. “No tengo una teoría rígida del color. El espacio te va pidiendo lo que necesita. Es algo muy natural e instintivo”, explica. Así como en su infancia, los colores fuertes marcaron su hogar, hoy son los espacios los que le susurran qué tonalidades aplicar.
Pero antes de dedicarse al interiorismo, Rosa exploró otros caminos creativos. Su vida la llevó a Francia, donde vivió varios años trabajando en teatro, haciendo vestuario y escenografía. “Era un trabajo muy variado, hacíamos desde grandes piezas para ópera hasta vestuario de época. Fue una etapa muy divertida y llena de color, aunque no tanto estampado”, "Allá estudié Moldería e Historia del Traje y trabajé como 'maquettiste textile' para Yves Saint Laurent. También trabajé en el desarrollo de vestuarios para la Ópera de París, teatro, circo y ballet. Todo eso me marcó muchísimo y, cuando volví a la Argentina, busqué el modo de integrar mi experiencia con una mirada más personal, que tenía que ver con los textiles y con el color", recuerda. Esa experiencia en el teatro, donde cada obra es una pequeña creación de un mundo completo, fue una especie de preparación para lo que vendría después: la transformación de espacios habitables en lugares llenos de vida.
París fue no solo un espacio de aprendizaje, sino un punto de inflexión que redefiniría su manera de ver el diseño. Fue en el año 2000, cuando inauguró Benedit Bis junto a su hermana Juana, que logró imprimir su sello característico en la historia del textil argentino. Las prendas que diseñaban combinaban estampas y jacquards creados por ellas mismas con telas vintage de otras épocas. El resultado fueron piezas únicas y originales: verdaderas obras de arte para vestir.
Con e tiempo, lo que comenzó como un proyecto de moda, lentamente fue girando hacia la decoración. “Nos fuimos volcando al textil decorativo: ropa de cama, cortinas… todo lo que tiene que ver con el textil aplicado al hogar”, cuenta. Después de muchos años en el mundo de la moda, Rosa decidió buscar nuevas formas de expresarse. Así fue como encontró en los murales una manera de canalizar su pasión por el arte y el diseño. “El primer mural que hice fue en el edificio Kavanagh. Me lo ofrecieron un poco de casualidad, pero fue como abrir una puerta a algo nuevo”.
El uso del color y los patrones, algo que la identifica.
Ese primer mural en el último piso del Kavanagh, con vista a la ciudad, fue una experiencia liberadora. “Estaba sola pintando, todo el día, con la vista increíble. Me acuerdo que le hablaba a mis manos, como pidiéndoles que respondan bien. Fue un desafío enorme, pero lo disfruté muchísimo. Me abrió todo un mundo nuevo”. A partir de ahí, el interiorismo empezó a ocupar más espacio en su vida, y las reformas en su casa personal y en la de su familia en Colonia, Uruguay, se convirtieron en el lugar ideal para experimentar y explorar nuevas ideas.
Para Rosa, el diseño es un proceso profundamente personal, que no puede disociarse de las personas que van a habitar el espacio. “Siempre trato de conocer bien a la persona antes de empezar a trabajar en su casa. No puedo ir y decir ‘pintaría esto de tal color’ sin entender primero cómo viven, qué necesitan, qué los hace sentir bien”. La primera charla con sus clientes suele ser en el lugar que van a transformar, y a partir de ahí comienza un proceso íntimo y detallado. “Me gusta diseñar muebles a medida. A veces un cliente me dice ‘necesito un mueble así, pero no existe’, y yo respondo ‘bueno, lo hacemos’. Esa posibilidad de crear algo único para alguien es un lujo”, dice con entusiasmo.
Uno de los momentos más lindos de la charla fue cuando Rosa habló de cómo transforma sus propios espacios. Su casa en San Telmo, donde vive con sus hijas, es un reflejo de su historia y de su arte. “Este espacio es muy personal. Cada rincón tiene una historia, hay muebles heredados, cuadros de mis hijas, dibujos míos, y un mural que hice durante la pandemia”. Las obras de reforma en la casa fueron un desafío, ya que vivieron allí mientras se hacían los trabajos, pero al final todo fue parte del proceso de convertir ese lugar en un verdadero hogar.
Una foto que me compartió: una mesa en la visa cotidiana.
El barrio de San Telmo, donde ha pasado gran parte de su vida, es otro de los grandes protagonistas en su relación con el espacio. “Nací en San Telmo y volví después de vivir en Francia. Es un barrio con mucha historia, con personajes, con comercios de toda la vida”, dice con cariño. Pero como muchos que amamos este barrio, Rosa también ve con preocupación algunos de los cambios que trajo la turistificación. "La calle Defensa, por ejemplo, me parece un desastre. Llena de souvenirs, dulce de leche por todos lados. Es como que el barrio está perdiendo su identidad", dice. Y en esto no puedo estar más de acuerdo. Cuando un barrio pierde su identidad, la sensación de pertenencia de quienes lo habitan se esfuma, y con eso se va lo que realmente le da vida al lugar: su gente.
A pesar de eso, Rosa no pierde de vista lo que más le gusta de San Telmo: la sensación de pertenencia, la vida de barrio, la ferretería, la verdulería, las conversaciones con los vecinos. “Es un barrio chiquito, pero esa cercanía es lo que más me gusta. A veces me pregunto dónde me mudaría, pero no puedo imaginarme en un lugar que no sea un barrio”. Para ella, vivir en San Telmo es una forma de estar conectada con una historia, con un pasado que no quiere perderse.
Cuando le pregunto sobre el legado que le gustaría dejar en los espacios que toca, Rosa es clara: “Lo que más me interesa es que la persona que me contrató sienta que pude hacer una lectura de quién es, y que el espacio que le creé lo represente. No me interesa que el diseño se luzca por encima de las personas. Lo importante es que el espacio sea propio de ellos, que refleje quiénes son”. En un mundo donde muchas veces el diseño parece estar más centrado en el ego del diseñador que en las personas que lo habitan, Rosa busca lo contrario: que sus intervenciones desaparezcan en el día a día de quienes habitan esos lugares, que se sientan en casa.
Así es como Rosa Benedit entiende los espacios. No como simples contenedores de cosas, sino como extensiones de quienes somos. Espacios que nos conectan con lo más íntimo, con nuestra historia, con nuestra esencia. Porque, al final del día, lo que importa no es solo cómo se ve un lugar, sino cómo te hace sentir.
Y creo que ahí está la magia: en su capacidad para leer esos silencios que hay entre las paredes, en su manera de entender que una casa, un rincón, no es solo un lugar para vivir, sino un reflejo de lo que somos, de lo que hemos sido y lo que queremos ser. Ella transforma cada espacio en algo más que estético, lo vuelve humano, lo vuelve real. Porque no se trata de lo lindo o lo perfecto, sino de lo auténtico.
Gracias, Rosa, por abrirme la puerta de tu mundo, por ser esa vecina santelmeña que sigue creyendo en la historia que nos rodea, que apuesta por mantener viva la esencia del barrio, a pesar de todo. Tu forma de habitar, de crear y de conectar me recuerda lo importante que es sostener la identidad y la mirada, y que las casas, como las personas, están llenas de vida cuando les damos el lugar para ser.
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