Cerca de casa, a unos cien metros, tengo un departamento en alquiler temporario que anda como un reloj. Y mucho de eso se lo debo a Susana, la encargada. Siempre con esa sonrisa que desarma y su amabilidad que contagia. Es increíble cómo hace que todo funcione sin que uno se dé cuenta. Porque, a veces, en la vorágine de la vida, pasamos por alto a esas personas que sostienen, en silencio, la estructura de nuestro día a día.
Ella, la reina de Bolívar al 1000.
En mi mundo de corredora inmobiliaria, los encargados son más que una cara conocida en la entrada del edificio. Son mis aliados, esos compañeros de batalla que me acompañan en cada operación. Susana, como muchos otros, es el pilar invisible que mantiene todo en pie. Cuando llego a un edificio, ellos ya saben qué es lo que importa: esos pequeños detalles que a veces pueden hacer la diferencia en una venta o en la convivencia.
Los encargados son los magos del edificio, los que lo saben todo. Desde una pérdida de agua que apenas empieza hasta las dinámicas de los vecinos. Son como ese engranaje que mueve todo sin hacer ruido, pero que sin él, nada funcionaría igual. Me doy cuenta de eso cada vez que cruzo un hall impecable, cada vez que me comentan de los arreglos más recientes o de algún dato que ni siquiera estaba en los papeles.
Mientras camino por San Telmo, siento cómo cada edificio tiene su propio ritmo, su propio latido. Y los encargados, como Susana, son quienes mantienen ese ritmo constante. No solo cuidan, mantienen, gestionan; lo hacen con una dedicación que va más allá del trabajo. Como si cada edificio fuera una extensión de su propio hogar. Y eso, aunque no siempre lo valoramos, es algo único.
Así es, bien porteña, Susana, con su sonrisa franca y su amabilidad desbordante, lleva el pulso del edificio como si fuera una milonga.
El rol de los encargados fue cambiando mucho con el tiempo. Ya no son solo quienes limpian o sacan la basura. Ahora son gestores, todo terreno que manejan desde los sistemas de seguridad hasta los temas más administrativos. Están ahí para coordinar visitas técnicas, gestionar proveedores y asegurarse de que todo esté en orden sin que nadie lo note. Son esos invisibles que hacen que lo cotidiano sea posible. Y la verdad es que me siento afortunada de tenerlos a mi lado en cada proyecto. Son esos compañeros que están ahí, siempre, para que las cosas salgan bien.
Y es que, si te ponés a pensar, los encargados no solo sostienen el edificio, sino también la calma de cada uno de nosotros. Mientras ellos están en la suya, manteniendo todo en pie, nosotros vamos y venimos, como si el mundo girara sin esfuerzo. Pero la verdad es que son ellos quienes, sin que lo sepamos, se adelantan a los problemas y nos ahorran más de un dolor de cabeza.
Así que, la próxima vez que te cruces con Susana o con el encargado de tu edificio, recordá esto: en sus manos no solo está la llave del edificio, sino también la del equilibrio diario. Y quién sabe, quizás hasta te tiren ese dato picante que te ayude a cerrar el negocio del año. Porque los encargados, como los buenos secretos, siempre guardan algo que vale oro.
¡Gracias encargados! nos vemos por las calles del barrio.
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