La existencia implica ciclos y una mudanza es un ritual de transformación, un rito de paso que nos impulsa a mirar hacia adelante, a dejar atrás viejas pieles y abrazar nuevas posibilidades. Cada cambio de domicilio es una oportunidad de redefinirnos en un espacio distinto.
El tiempo es solamente el peso de las cosas que pasan.
Es fascinante pensar en cómo esos muros, esos rincones que alguna vez sentimos tan íntimos, ahora serán testigos de otras historias, otras vidas. Quizás alguien más cuelgue sus recuerdos en esos mismos clavos donde alguna vez colgamos los nuestros. Es una sensación agridulce, una mezcla de nostalgia y emoción. La mudanza la debemos atravesar; no queda otra. Creo que imaginarla como un portal que se abre a una realidad paralela es lo más generoso y amable que podemos hacer con nosotros mismos.
Pienso en el amor (porque siempre pienso en el amor), creo que mudar es romper con un amor. ¿Es la pérdida del sentido de pertenencia y la posesión lo que nos angustia? Pensamos si vendrá otra persona a ocupar lo que uno vivió antes. Suena horrible tanto dramatismo, incluso cuando deseamos esos cambios y consideramos que es un evento feliz, no dejamos de estresarnos y angustiarnos. Hay que entender que estamos doliendo algo que fue íntimo y nuestro.
Es entonces "La Casa" otro amor que deja preguntas: ¿cuántos amores entran en una vida? , ¿cuántos momentos en una casa?
Retrato de Héctor, por su hijo Diego.
Al final, el hogar no se define por cuatro paredes, sino por los vínculos que tejemos, por las memorias que expandimos. Y es precisamente esa esencia inmaterial la que nos acompaña a dondequiera que vayamos, la que nos permite convertir cada nuevo espacio en un refugio lleno de pertenencia.
Tal vez tarde un poco, pero con el paso del tiempo y la construcción de nuevos recuerdos, esa sensación de hogar volverá como un suspiro escurridizo. Y en ese proceso, siempre llevamos con nosotros lo esencial: nuestras raíces, nuestros amores y nuestra propia esencia.
Acompañar la venta es también involucrarse en los sentimientos propios de quien muda. Me conmueve la idea de desempolvar imágenes estáticas para convertirlas en dinámicas de cambios. Casa Gorriti me permitió eso, y mucho más; observo con asombro cómo el simple acto de mudar de casa se convierte en todo un proceso de metamorfosis. Hay una belleza poética inherente en este cambio de estaciones; el otoño siempre anuncia su primavera.
Planos de Graciela y un espacio propio para la tortuga.
Casa Gorriti fue vendida en 60 días, y antes de esos 60 días pasaron años que le dieron latido. Hoy miro como espectadora, las cajas que me rodean bailan al ritmo de los nuevos proyectos de sus ocupantes, me pregunto mientras observo a Graciela guardar: ¿la construcción del vacío comienza por nuestra relación con las cosas? Gorriti se erige como un testimonio del espacio que hay entre las cosas, un habitáculo que trasciende lo meramente funcional, para convertirse en un santuario donde lo material y lo inmaterial se funden en el silencio de una casa que se guarda. Acá, el vacío no es ausencia, sino presencia plena, una invitación a la contemplación y al despliegue de otras cajas que pronto comenzarán a llegar, y serán comienzo de nuevos rituales domésticos. Gracias querida Casa Gorriti, me traigo nuevos amigos a San Telmo.
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